Un desastre fabuloso, invita a esta ronda de risas

Cuando empecé a escribir Un desastre Febuloso, lo hice pensando en inventarme una protagonista distinta a la de la mayoría de historias románticas. No me interesaba hablar de una bella princesa, ni hacerla mal parecida para luego contar la insistente cantinela del patito feo transformado en cisne. No, su aspecto me daba igual. Lo que de verdad quería era describir a una chica que fuese lista y desternillante, pero, sobre todo, real. Alguien con ocurrencias, manías, vicios y vergüenzas como tenemos todos. Alguien que, por más que buscase a su perfecta media naranja por toda la frutería, tuviese que equivocarse con el plátano y el aguacate, hasta aprender que, quizá, a ella le aguardaba un suculento medio limón.

Así nació Alaia, la divertida, extravagante y a veces inapropiada protagonista de esta historia.

Situar la novela en Roma fue casi inevitable después de pasarme tantos años de juventud viviendo en esa ciudad. En ese sentido esta historia tiene mucho de metaficción, probablemente porque de algún modo quise congelar aquella época y, aun sin pretenderlo, embadurné este romance inventado con muchas de las experiencias y personas que conocí.

Al final me quedó una historia sobre la juventud, los amigos, los amores, el aprendizaje y, en general, sobre la senda de una vida aún sin destinos fijados, con todos los desvíos disponibles. Me salió comedia inevitablemente, porque no creo que haya mejor manera de cruzar por este mundo que de la mano de una buena carcajada.

Así que, por favor, leed Un desastre fabuloso, que a esta ronda de risas, invito yo.


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